sábado, 9 de agosto de 2014

Capítulo 1: Noah (3)

-¿Cómo hemos acabado aquí en Azerbaiyán? No lo entiendo... Con lo bien que estaba yo con mi familia en la Costa Blanca trabajando en mi restaurante

Lo veía deprimido. En efecto, Noah vivía muy bien en su chalet al lado de la playa pero lo que más feliz le hacía era trabajar de lo que siempre quiso ser: Chef, por lo que unos años atrás decidió montar su propio restaurante el cual consiguió un gran éxito en la ciudad. Además tenía la típica imagen que podemos tener de un cocinero: era regordete pero alto; y sus 27 años no se apreciaban en su cara limpia donde sus ojos marrones claros quedaban ocultos bajo las gafas que llevaba, esos ojos que me miraban cuando éramos más jóvenes y quedábamos en un bar para contarnos cosas de nuestras vidas junto con nuestro otro amigo Ethan.

-¿Acaso no sabes como llegué hasta aquí antes de encontrarte en el campamento de Astara? -Su cara de negación me hizo seguir hablando para poder contarle la historia -Bien, pues resulta que cuando acabé la carrera, abandoné nuestro querido país de Holanda. Iba a cumplir por entonces 22 años cuando mi padre murió a causa de la TTF. Mi madre no pudo superarlo y tras varios intentos de suicidio la ingresé en un centro psiquiátrico; pero todo esto me resultaba suficientemente caro como para seguir en el país viviendo a costa de una pensión y de ahorros familiares, así que decidí buscar suerte en los países vecinos. Ese verano lo pasé trabajando en Bélgica en un pequeño supermercado de una pequeña localidad del sur hasta que la suerte vino a mi en forma de un gato

-¡¿Un gato?! -Me interrumpió Noah. Supuse que no le gustaban porque cazaban pájaros tan feos como los de su, aún más fea, camiseta.

-Sí, un gato. Resulta que una noche cuando salí de trabajar yendo a mi piso me encontré a un gato en medio de la carretera. Estaba ahí sentado, quieto, pasmado, congelado, sin moverse. Me acerqué por si estaba herido pero no, estaba perfectamente. Traté de apartarlo del asfalto para que no fuese atropeyado por ningún conductor despistado, pero por mucho que lo llamaba no se movía. Por suerte, había hecho la compra esa misma noche en el supermercado y llevaba un poco de jamón. Así que se lo enseñé para que lo oliera y así poder atraerlo hacía una zona más segura, y resultó. Tras acabar de comerse dos lonchas de jamón me quedó mirando con sus ojos amarillos dilatados. Debajo de la farola donde estábamos pude apreciar aún más su pelaje naranja. Me dió tanta pena que lo cogí con algo de temor y me lo llevé a casa. Pues resulta que era el gato del hijo del Doctor Frederic White, un reconocido biólogo que estaba de visita por ahí porque la semana siguiente había una conferencia en Bruselas sobre la TTF. Y para resumirte todo un poco, el Dr White fue quien me contrató para los laboratorios Hegeon donde se investigaba una cura para la TTF, así que me tuve que trasladar a Kazakhstán para trabajar en este gran proyecto y el que me ha pedido cumplir esta gran misión de llevar un mensaje a Madrid en persona ya que no permiten pasar el correo entre las fronteras de los grandes bloques.

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